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miércoles, 15 de febrero de 2012

Esther Ferrer, un milagro

Es una gran oportunidad de la que no gozaremos en mucho tiempo. La cultura está recortada. Por eso hay que aprovechar las puertas abiertas de estos días de febrero en Es Baluard. La Premio Nacional Esther Ferrer propone En cuatro movimientos, una exposición antológica que justo después de visitarla calificaría sobre todo de muy divertida. Yo me lo he pasado bomba. En primer lugar, porque hacía mucho tiempo que un artista no me obligaba a implicarme tanto en las obras y a participar en la creación de las mismas. Por un momento, he creído estar en el MACBA de Barcelona. A mí esta mujer me ha obligado a pensar y escribir sobre la inmortalidad, me ha mojado con agua, me ha obligado a mirar, a pegar un salto y me ha lanzado un chorro de aire caliente. He entrado en su juego con denuedo. Ya tenía ganas. Sobre todo después de ver muchas exposiciones en esta ciudad en las que el artista trata de convencerte de que sus obras son interactivas y que el espectador debe intervenir en su interpretación. Yo he intentado comprender dichas obras muchas veces. Pero no ha habido manera. Así que: si después de diez minutos frente a una instalación, el milagro no ha obrado, el problema es del artista, que no se sabe comunicar, no tuyo, porque el arte conceptual te puede gustar mucho. De eso te das cuenta cuando conoces a Esther Ferrer, quien a veces roza la pedagogía con sus explicaciones. Pero qué más da si lo hace con tanta calidad.

Para moverse por la antológica, último trabajo presentado por la directora del museo Cristina Ros, que dice adiós al centro tras cuatro años de estupenda labor, hay que saber que la sala está dividida en cuatro temáticas, las que habitan la producción de la vasca: repetición, tiempo, infinito y presencia. Como son conceptos muy vastos, yo sólo lanzaré algunas ideas. La primera: me interesa cómo Ferrer trabaja el concepto de lo inaprensible (para ella lo infinito) a partir de la belleza de los números y de las formas que construye con hilos, colores y cifras. Esther sabe crear con piezas materiales y corpóreas lugares abstractos: me acuerdo de los diez minutos que me he pasado frente a una instalación recorriendo mentalmente un cuadrado de todas las formas posibles. Un ejercicio de geometría completado después con combinaciones matemáticas que van agrandando hasta el infinito el número pi en una pantalla. Estructuras con la belleza enigmática de las ecuaciones.

Dos: me gustan más los ejercicios o performances que propone que la serie fotográfica sobre la repetición que domina la muestra. Dichos ejercicios son ideas explicadas y bosquejadas en folios, pegadas a las paredes de Es Baluard, que me recuerdan un poco -salvando mucho las distancias- al artista Miguel Noguera y sus propuestas de Ultraviolencia, más que nada por el punto de absurdidad que esconden. Provocan una risa bizarra con la que no estamos familiarizados. Sólo voy a explicar una, porque habla de dinero. Es importante que sepan que Ferrer baja mucho a la Tierra, a pesar de los conceptos abstractos citados más arriba. Eso es así porque es imposible disociar en toda su obra vida cotidiana y arte. En el ejercicio Cara y cruz o una acción inacabada, performance que comenzó en el centro Pompidou hace más de 20 años, lanzó una serie de monedas pintadas al público. Esther afirmó que iba a dar por terminado el ejercicio el día que una de las monedas volviera a sus manos. Pasado este tiempo, la artista rectifica en el folio de instrucciones de dicha acción, y aclara que ésta no podrá terminar jamás porque el franco ya no existe. Es un puntazo, porque Ferrer aporta la idea de que dicha performance se ha quedado congelada en el tiempo, en la memoria, y que el arte también queda muy a merced de los actos económicos. Pone la guinda al pastel del euro, un eurorretrato.
Por último, creo que la ironía y el humor están muy presentes en la sección de obras que dan una vuelta de tuerca a la historia del arte y a la idea de que sólo es arte lo que está dentro del marco. Y como en Esther prevalecen las acciones corpóreas, en las que hay que implicar la fisicidad de uno, también invita al espectador a que traspase los límites de un marco dando un ligero salto de veinte centímetros frente a un espejo. Todo con una finalidad: que se dé cuenta que puede haber arte en cualquier pequeña actuación de su día a día. Lo importante es tener ideas, no un encuadre que las limite y les ponga una etiqueta.

En conclusión, la de Ferrer no es una exposición simple, como podría parecer a primera vista, sino sincera y directa. Un milagro conceptual penetrable. Para casi todos los públicos.

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